Y hoy empezamos con un pequeño cuento…
Cuenta una historia que una día una nube joven fue a hablar con el Universo para que le explicara cuál era su misión. Éste le explicó que su misión era la de guiar a los seres humanos a través de sus señales, que debía escucharles y después explicarles a través de sus formas el camino a seguir.
En su primer día la nube joven salió alegre a cumplir su misión, pasó el día entero escuchando a los humanos y hablándoles con su propio lenguaje, de aquí para allá, alerta y feliz por estar dando lo mejor de sí misma. Al acabar el día la nube volvió a hablar con el Universo: “He hecho todo lo que me has dicho, he escuchado a los humanos y les he respondido. Ahora tengo una duda ¿qué puedo hacer para que levanten la cabeza y me vean?
Este cuento me gustó porque muestra el día a día de este mundo en el que vivimos, un Universo asombroso, tanto que escapa al entendimiento, una Tierra maravillosa, que nos nutre, nos da la vida. Y nosotros alejados, separados de ella, sin verla, sin darnos cuenta de todo lo que nos da.
Miramos pero no vemos, oímos pero no escuchamos, hemos dejado de respirar profundamente, de conectarnos con esa naturaleza que también está en nosotros. Vivimos en la sociedad de la prisa, de la seriedad y parece que el vivir conectado a la naturaleza y la Tierra sea cosa de unos cuantos locos que “no han entendido de que va la vida”
Siempre me pregunto en qué punto nos perdimos, en qué momento el ser humano se alejó del resto de criaturas y decidió que esta Tierra le pertenecía. En qué punto se distanció tanto de su naturaleza como para no ser capaz de reconocerse como uno más de este misterioso entramado en el que habitamos.
En fin, reflexiones sin respuesta que me hago muchos días cuando observo las montañas, o el mar, o esos almendros preciosos que me saludan cada mañana, o las hormigas con su actividad imparable, …
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