Bueno, ya vuelvo a estar por aquí. Parece que me ha costado un poco, ¿no? (y es que justamente hoy hablamos de procrastinar, ¡qué casualidad!). Debo decir que en agosto no estuve especialmente inspirada para la escritura, así que no preparé nada para la vuelta y septiembre está siendo un mes ajetreado con las ventas del próximo verano, así que han ido pasando los días y hasta hoy!
Y ya que estamos te voy a explicar algo que me pasó ayer. Resulta que llevaba unos cuantos días con una conversación telefónica pendiente. Se trataba de contactar a una tienda alemana en la que quiero que estén mis Slowers el próximo verano. La cuestión es que nos habíamos visto en persona y parecía que todo estaba claro, pero llevaba más de un mes enviando mails sin recibir respuesta y todos mis recursos slow se estaban agotando.
Así que ahí estaba yo, procrastinando todo lo posible, encontrando mil excusas para no enfrentarme a una situación que me sacaba de mi zona de confort. Hay que ver todo lo que somos capaces de inventar para no enfrentarnos a ciertas situaciones: que si ahora es demasiado pronto… , vaya! hoy se me ha pasado, mañana sin falta… Por no entrar en otras más graves del tipo “igual ya no les interesa”, “en realidad si no se han puesto en contacto es que no van a comprar”, “no va a servir de nada que llame”… Y lo peor es que si no estamos atentos ¡nos acabamos creyendo nuestras propias mentiras!
Porque aquí se juntan varias cosas, en primer lugar el tema comercial, las ventas. Yo creo que este es un punto clave de todo emprendedor y el motivo principal de que un negocio pueda fracasar.
Puedes ser el supernumberone en lo que haces pero no te vas a ganar la vida si no sabes venderlo. Vender algo tuyo (sea servicios o producto) te pone a prueba en muchos sentidos: exponer tus creaciones a juicio de los demás, sentir que lo que ofreces es suficientemente bueno, creer en ti y en lo que vendes…
Aquí te puedo poner el clásico y repetido ejemplo de Picasso y Van Gogh, dos pintores excepcionales, uno murió rico y el otro que no consiguió vender un cuadro en vida.
Pero a lo que íbamos, aparte de que el tema comercial es un reto (grande) para mí, se unía el factor teléfono, que no me entusiasma. Me muevo muy bien en el mundo virtual y bastante bien en persona pero el teléfono me parece frío, incluso cuando se trata de temas personales suelo ser muy escueta y directa, y dejo la conversación para encuentros en vivo y en directo.
Y además de vender y de hacerlo por teléfono tenía que ser en inglés y eso acababa creando un cóctel que me ha tenido procastinando durante más de una semana.
Finalmente ayer di el paso y tuve doble recompensa, la primera un resultado positivo de la conversación, la segunda y mucho más importante para mí, el haber sido capaz de superar otro de mis límites y haber pasado a la acción.
¿Os acordáis que un día hablaba de anclajes? Bien, pues este es un ejemplo perfecto de anclaje. Es decir, la próxima vez que me encuentre en esa situación de parálisis ante el teléfono puedo volver con mi mente al momento de subidón que tuve ayer cuando colgaba el teléfono, puedo revivir las sensaciones que tenía y de esta forma situarme en una actitud se seguridad y poder.
La mente nos puede jugar malas pasadas cuando va por libre, sin un capitán que le marque el rumbo, pero se convierte en un instrumento maravilloso y de potencia infinita cuando pasas a ser ese capitán.
Querido slower, nos vemos la semana que viene!
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