Esta Semana Santa hemos aprovechado para hacer una excursión por una zona cercana a Morella que me encanta porque tiene una gran concentración de algunos de mis árboles favoritos: olivos y algarrobos. Cuando se habla de flora, sin duda es difícil quedarse sólo con una especie, al menos para mí lo es, y sin embargo creo que si tuviera que elegir un árbol posiblemente sería el olivo (aunque ahora pensando se me ocurren otros que también tuvieron la etiqueta de favoritos en su día…).
Y es que a mí me gustan mucho lo árboles ¿Os había dicho que estudié ingeniería de montes? Pues sí, y la botánica fue mi asignatura preferida de la carrera, tanto es así que aún ahora voy paseando por el monte y me salen los nombres de los árboles y arbustos en latín sin ningún tipo de esfuerzo (así que hablando en propiedad, el olivo se llama Oliva europaea y el algarrobo Ceratonia siliqua, si señor, cada uno con su nombre y apellido, no van a ser ellos menos). Sin duda ésta es la diferencia entre aprender algo que te encanta y algo que ni fu ni fa, porque la verdad, de fórmulas de termodinámica o hidráulica no recuerdo ni una!
La cuestión es que en esta zona hay una gran densidad de olivos milenarios, tan bonitos que podrías pasar horas contemplándolos. Hay algo magnético en ellos, su edad, su fortaleza, el contraste de colores entre tierra, tronco y hojas, no se, algo que a mí acaba atrapándome. Os dejo con esta preciosa foto de uno de ellos, no el más grande, pero sí uno de los que más me gustó.
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