El tiempo, tan variable, tan difícil de medir. No objetivamente, claro, una hora es una hora y no hay más. Pero qué diferente puede ser la percepción de esa hora en función de cómo la estamos viviendo.
Hay veces que me gustaría que el tiempo pasara rápido, muy rápido, cada segundo duele y se hace lento, parece que no pasa nunca, vuelvo a mirar el reloj y parece que se ha detenido. Y otras, otras ese mismo tiempo vuela, esa misma hora, ese minuto, tiene el sabor más dulce que se pueda imaginar.
Me refiero a esos minutos de vida saboreados, vividos intensamente, presente en el aquí y el ahora. Ese tiempo no tiene medida, puede pasar un minuto o una hora y no lo se, he perdido completamente todas las referencias, sólo estoy viviendo.
Qué mágico sería vivir siempre así ¿verdad? Con esa presencia, con esa concentración en lo que estoy haciendo, sin importar cómo se mueve el minutero, simplemente disfrutando. Aquí y ahora.
Dicen que tenemos esa sensación cuando estamos en flujo, cuando estamos conectados y eso lo conseguimos haciendo cosas que nos gustan mucho, que disfrutamos intensamente, que nos permiten enfocarnos al 100%.
Ayer fui consciente de esta sensación mientras escalaba. Esta es una afición nueva para mí y desde el primer día que lo probé me di cuenta de que me iba a gustar. Por una parte el contacto con la naturaleza, el aire, el tacto de la roca, el cielo al que me dirijo, mi cuerpo en tensión. Por otra ese estado de conexión y concentración máximos, no hay espacio para el error, no hay espacio para pensamientos fuera del siguiente movimiento, todo desaparece.
Y cuando acabo no tengo referencias, he podido tardar diez minutos o una hora en subir, no se decirte y tampoco no me importa, sólo tengo esa sensación mágica dentro de mi que permanece, que me da energía, me llena. ¿Será esto felicidad?