Bueno, ya vuelvo a estar por aquí. Parece que me ha costado un poco, ¿no? (y es que justamente hoy hablamos de procrastinar, ¡qué casualidad!). Debo decir que en agosto no estuve especialmente inspirada para la escritura, así que no preparé nada para la vuelta y septiembre está siendo un mes ajetreado con las ventas del próximo verano, así que han ido pasando los días y hasta hoy!
Y ya que estamos te voy a explicar algo que me pasó ayer. Resulta que llevaba unos cuantos días con una conversación telefónica pendiente. Se trataba de contactar a una tienda alemana en la que quiero que estén mis Slowers el próximo verano. La cuestión es que nos habíamos visto en persona y parecía que todo estaba claro, pero llevaba más de un mes enviando mails sin recibir respuesta y todos mis recursos slow se estaban agotando.
Así que ahí estaba yo, procrastinando todo lo posible, encontrando mil excusas para no enfrentarme a una situación que me sacaba de mi zona de confort. Hay que ver todo lo que somos capaces de inventar para no enfrentarnos a ciertas situaciones: que si ahora es demasiado pronto… , vaya! hoy se me ha pasado, mañana sin falta… Por no entrar en otras más graves del tipo “igual ya no les interesa”, “en realidad si no se han puesto en contacto es que no van a comprar”, “no va a servir de nada que llame”… Y lo peor es que si no estamos atentos ¡nos acabamos creyendo nuestras propias mentiras!
Porque aquí se juntan varias cosas, en primer lugar el tema comercial, las ventas. Yo creo que este es un punto clave de todo emprendedor y el motivo principal de que un negocio pueda fracasar.