Lo confirmo, me encantan los paseos matutinos de otoño. En realidad creo que el año pasado ya lo confirmé, pero bueno, me reitero en ello.
Me gusta porque hace frío pero no demasiado, y me encanta sentir el aire fresco en la cara. Me parece revitalizante, a veces me da por imaginar a las células de mi epidermis disfrutando y saltando de alegría (sí, lo se, suena surrealista, es que a esas horas suelo estar bastante inspirada…).
Me gusta la luz, con esos tonos cálidos, anaranjados. El sol tiene a esas horas la inclinación perfecta, es verdad que te da de lleno en los ojos, pero se ve todo tan bonito…
Me gusta porque veo amanecer mientras camino, veo como todo cambia segundo a segundo a medida que el sol se abre paso, y a la vez puedo observar la luna cuando se esconde. Es bonito, la verdad.
Me gustan los colores amarillos, marrones, las mil y una tonalidades intermedias que lo tiñen todo, y el contraste con el azul intenso del cielo. La palabra para describirlo es sin duda esta, intensidad.
Lo tengo muy claro, este es para mí uno de los privilegios de vivir en el campo, o al menos uno de los que yo valoro más y pienso que lo echaría mucho de menos viviendo en una ciudad. Supongo que en ese caso apreciaría otras cosas y encontraría otra forma de llenarme de energía antes de empezar el día, supongo que sí.
Pero qué quieres que te diga, para mí es difícil encontrar un sustituto de la naturaleza, muy difícil.
Y ya que se puede elegir, ¿para qué elegir algo que me gusta menos?
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